Educación como arte….
Rudolf Steiner, creador de la pedagogía Waldorf, no se cansa de calificar al proceso educativo propiamente dicho como un proceso artístico y con ello, al docente, como artista.
Cómo configurar una hora de clase de acuerdo a los diferentes parámetros (contenido, edad de los niños, composición del grupo, tiempo, lugar, situación, etc.) es un problema artístico que requiere cualidades creativas y presencia de ánimo. ¿Qué hay que tener en cuenta a la hora de encarar una clase, un día, una época, como para que los niños se sientan impulsados a la propia actividad?
Sólo un sentido artístico le permite al educador acompañar adecuadamente el desarrollo del niño, ya que ninguna sistemática es capaz de atender las necesidades de lo individual en su transformación. Sin esta cualidad artística, la pedagogía necesariamente languidece como dogmatismo o sectarismo. En todo momento se debe mirar tanto lo que ya se ha gestado como las potencialidades futuras. Capacidad perceptiva, sensibilidad, riqueza de ocurrencias y un sentido de la singularidad son, pues, las condiciones previas para el arte de educar.
El respeto profundo frente a la libertad intrínseca al ser en desarrollo también conduce a prescindir de los métodos didácticos usuales, por ejemplo a prescindir de una aplicación precoz de elementos técnicos, que básicamente paralizan la voluntad de tener iniciativa propia y vida propia, induciendo a un consumo pasivo. Mucho más sensato es, por ejemplo, plantearse la pregunta: ¿Qué se debe reforzar para que el niño, más tarde, pueda desempeñarse responsablemente con la computadora, en lugar de exponerlo lo más temprano posible a la misma? La actividad propia y la fantasía son mucho más fáciles de incentivar a través de lo exteriormente imperfecto, porque en el ser humano mismo radica la voluntad de perfeccionamiento. Eso rige para los juguetes al igual que para los cuadernos personalizados. A la inversa, el medio perfecto no deja espacio a la propia fantasía…